"Las balas perdidas también causan heridas."


sígueme
blog personal / twitter
← antes
Lo que era ser yo
domingo, 29 de junio de 2014
Es difícil de responder y, en ese instante en el que cierro los ojos y oigo una voz lejana y con eco de himno, agradezco que igual que yo no puedo ver a mi interlocutora ella no pueda verme a mí.

A mí, esposada a una pared con los brazos sobre mi cabeza y sin posibilidad de moverme. Con el pelo cortado al rape de una manera tan terrible que había abierto heridas en mi cuero capilar que ahora no eran más que sucias costras y pegotes de sangre. A mí con el rostro congestionado y apenas incapaz de respirar, con un entumecimiento en el cuerpo que apenas me permite recordar lo que era sentirse viva.

               Lo que era ser yo.

A veces la imagino como una mujer que, a pesar de no haber pasado los cuarenta, aparenta el aspecto de una anciana. Con aquella voz quebrada por el tiempo y la ruina, imagino su rostro bordado en arrugas y remendado con expresiones apenas descifrables. Me imagino a una mujer a la que la sociedad ha golpeado, que ha intentado sacar adelante una familia y que, cansada de tanto palo de ciego que siempre golpeaba en su carne como si en realidad estuvieran viendo a qué golpeaban, había acabado robando algo tan nimio como una barra de pan o una caja de medicinas. Me imagino a una mujer asediada de deudas y de necesidades, me imagino a una mujer desahuciada, sin hogar ni zapatos, intentando mantener a una familia. Y me la imagino robando para poder pagar aquello que debería de dársele por el mero hecho de ser humana: derechos.

A veces la imagino como a una joven caníbal. Como una de esas personas descarnadas a las que la sociedad ha convertido en seres incapaces de relacionarse socialmente, seres hundidos en su propia privacidad y en la absoluta necesidad de consumir hasta acabar llevados al punto de considerar al resto de humanos enemigos. La imagino con la sonrisa sangrienta, mordiéndome la garganta sobre la que tiene apretada su bota. Y no deja de sonreír ni siquiera cuando me mastica, ni siquiera cuando entre dentelladas me dice: pequeña Kennedy, eres la culpable de esta guerra.

Y yo sonrío, pero sigo sin ser yo mientras me desmenuza la piel y me convierte en un amasijo de carne entre sus dientes que vuelve a sentir dolor, pero nada más.

Y es que el dolor puede recordarnos nuestra humanidad pero nunca hacernos humanos.

Etiquetas:


0 comentarios
Ojalá
miércoles, 12 de marzo de 2014
Hubo un momento, un pequeño e ínfimo instante, en aquella tregua de días que se superponían unos sobre otros, en el que ninguno habló de pasados, de revoluciones, bombas o sueños.
Hubo un momento, tan ligero como el temblor de un pestañeo, en el que me quedé sentada frente a él y alzó un brazo y colocó sus dedos sobre mi rostro.
Le temblaban. Aquellas manos tan firmes, capaces de sostener la promesa de un mundo nuevo, temblaron ante el pequeño hecho que suponía sostener mi rostro.
Recorrieron cada una de mis facciones con una suavidad y una necesidad casi reverenciales, y después las dejó ahí. Una en cada lado de mi cara, una en cada mejilla. Las dejó ahí mientras me miraba a los ojos y no sonreía pero había algo tan antiguo y calmado en sus pupilas, en el cariz relajado de sus labios, que hablaba de aquella libertad en la que algún día había creído.
Hubo un momento en que yo alcé mis manos hasta colocarlas sobre las suyas, y me miraba y no había tensión ni años de ruinas y dolor en su rostro, y me tocaba la piel y me miraba a los ojos y todo pareció reducirse al espacio que nos separaba y a la vez no.
Hubo un momento en que todo careció de sentido porque todos mis sentidos estaban ahí, en sus manos en mi piel, en la libertad en su rostro.
Hubo un momento, ínfimo, frágil e inestable en el que abrió la boca y no habló pero casi noté su respiración contra mis labios y fue como si me respirase a mí. Como si respirase para mí. Como si respirase en mí.
— Jack —hablé, y cerró los ojos. Y el momento se acabó y sus manos cayeron pero se aferraron a las mías arrastrándolas en su caída.
Casi puedo recordar el tacto áspero de la piel de sus palmas contra la mía, casi como si un futuro vibrante y breve manara de las líneas de sus manos para meterse en las mías.
Me miro las manos, sucias y escuálidas de días aquí encerrada sin nada más que mi propia soledad, y casi soy capaz de oír su voz sentado en aquel sótano cargado de humedad, con sus dedos agarrando los míos y sus ojos cerrados pero su boca aun respirando mi boca.
               Ojalá, Ken, ojalá hubiéramos vivido otra vida.
Ojalá hubiéramos vivido, pequeña anarquista.
Te juro por dios —sonrió, suave, despacio y tan calmado como el rostro en la pared—, que si te hubieras chocado conmigo en un mundo mejor, en una vida mejor, también te hubiera secuestrado. 

Etiquetas:


1 comentarios
layout by ellie. image by Bullet.