Ojalá
miércoles, 12 de marzo de 2014
Hubo un momento, un pequeño e ínfimo instante, en aquella
tregua de días que se superponían unos sobre otros, en el que ninguno habló de
pasados, de revoluciones, bombas o sueños.
Hubo un momento, tan ligero como el temblor de un
pestañeo, en el que me quedé sentada frente a él y alzó un brazo y colocó sus
dedos sobre mi rostro.
Le temblaban. Aquellas manos tan firmes, capaces de
sostener la promesa de un mundo nuevo, temblaron ante el pequeño hecho que
suponía sostener mi rostro.
Recorrieron cada una de mis facciones con una suavidad y
una necesidad casi reverenciales, y después las dejó ahí. Una en cada lado de
mi cara, una en cada mejilla. Las dejó ahí mientras me miraba a los ojos y no
sonreía pero había algo tan antiguo y calmado en sus pupilas, en el cariz
relajado de sus labios, que hablaba de aquella libertad en la que algún día
había creído.
Hubo un momento en que yo alcé mis manos hasta colocarlas
sobre las suyas, y me miraba y no había tensión ni años de ruinas y dolor en su
rostro, y me tocaba la piel y me miraba a los ojos y todo pareció reducirse al
espacio que nos separaba y a la vez no.
Hubo un momento en que todo careció de sentido porque
todos mis sentidos estaban ahí, en sus manos en mi piel, en la libertad en su
rostro.
Hubo un momento, ínfimo, frágil e inestable en el que
abrió la boca y no habló pero casi noté su respiración contra mis labios y fue
como si me respirase a mí. Como si respirase para mí. Como si respirase en mí.
— Jack —hablé, y cerró los ojos. Y el momento se acabó y
sus manos cayeron pero se aferraron a las mías arrastrándolas en su caída.
Casi puedo recordar el tacto áspero de la piel de sus
palmas contra la mía, casi como si un futuro vibrante y breve manara de las
líneas de sus manos para meterse en las mías.
Me miro las manos, sucias y escuálidas de días aquí
encerrada sin nada más que mi propia soledad, y casi soy capaz de oír su voz
sentado en aquel sótano cargado de humedad, con sus dedos agarrando los míos y
sus ojos cerrados pero su boca aun respirando mi boca.
Ojalá, Ken, ojalá hubiéramos
vivido otra vida.
Ojalá hubiéramos vivido, pequeña anarquista.
Te juro por dios —sonrió, suave, despacio y tan calmado como el rostro
en la pared—, que si te hubieras chocado conmigo en un mundo mejor, en una vida
mejor, también te hubiera secuestrado. Etiquetas: Regenzeit
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