Puedo jurar ante todos los dioses que quieras que todo lo que hice con mi desolada existencia fue por ti. Incluso cuando te destrocé, te quebré y enloquecí, fue por ti.
Entiéndeme, mi egoísmo era demasiado para tu pequeño y frágil cuerpo. Para tu inmenso pero ya roto corazón. Mis ansias de conservarte a pesar del tiempo, el frío y mis propias guerras, mis ansias de hundirte solo para no permitir que fuera la vida la que lo hiciera.
Entiéndeme, Estefanía, nunca quise herirte. Pero siempre quise abrirte las heridas. No me gustaba como las cicatrices afeaban tu piel, pero me gustaba demasiado ver cómo la manchaba tu sangre.

Nunca quise dejarte caer, princesa, pero siempre quise ver tu cuerpo contra el asfalto. Así parecías estar más cerca de mí, de mi infierno personal que pegaba mis pies al suelo y me quebraba los huesos, llenándolos de invierno. Cómo no iba a arrojarte desde cualquier azotea si aquello era lo más cerca que ibas a estar de volar.
No podía darte alas, pero podía conservar tu corazón. No podía tenerte, pero podía dejar que nada –ni nadie- lo hiciera tampoco.
No podía matarte, así que te mantuve con vida. Incluso cayendo desde el mismo cielo, incluso aunque tuviera que romper el suelo para que no golpearas contra él.
Joder, joder. Estefanía, joder, ¿no lo entiendes?
Tú con aquellos ojos tan abiertos para verme, con aquellos brazos que parecían alas para abrazarme, con aquel corazón tan rojo que parecía mantenerme vivo. Tú de entre todas las personas del mundo, tu locura de entre todas las corduras del universo, sé que puedes entenderlo.
Habría partido cualquier suelo para que no partiera tus huesos. Pues aquella tarea estaba reservada para mis manos, incapaces de alejarse de tu piel.

Etiquetas: Holocausto

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