"Las balas perdidas también causan heridas."


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veneno y antídoto
lunes, 19 de agosto de 2013
Ella sacudió la cabeza con furia y con rabia hasta que el moño en el que se había recogido el pelo se desmoronó, provocando que el cabello cayera como una tormenta alrededor de su rostro. Con el pelo revuelto, cubriéndola la cara cual escudo, con el alma turbulenta, cubriéndola los pulmones cual mar muerto, parecía más cercana al demonio de lo que nunca había estado. Echó la cabeza hacia atrás para que el pelo se apartara de sus ojos enfebrecidos. El demonio se sorprendió ante el sentimiento guardado en sus pupilas, pues nunca había visto en ella semejante salvajismo, semejante locura en ellos. La sintió tan cerca, sintió su corazón latir tan fuerte entre sus dedos, que por una fracción de segundo se olvidó de su intocabilidad. Se olvidó que él era tan lejano como el horizonte, tan peligroso como el sol y se creyó cielo abierto plagado de estrellas y superficie lunar. Pues los ojos salvajes de Estefanía parecían ser capaces de volar hasta alcanzar cualquier estrella fugaz y conquistar cualquier superficie lunar. Se creyó puerto cuando la vio tirar todas sus anclas, puente cuando la vio encender el fuego en sus ojos. Y quiso ser la playa que la encalara y la nave que quemara.

Me salvaste porque no podías matarme. Porque eres incapaz de perderme sin perder el último resquicio de tu ser. ―Sintió las lágrimas de ácido manar de sus ojos ardientes hasta cubrir sus mejillas heladas―. Me salvaste porque así no podrías olvidar como se siente tener un corazón latiendo entre tus dedos; cómo se siente el calor del aliento humano en mitad de una tormenta de nieve. Porque en tu maldito invierno de azufre es mi cuerpo desnudo el que abrazas para no morir congelado. Y me voy, Holocausto, porque yo me congelé desde el primer día en que toqué tu piel de marfil.
» Me voy porque ya no queda calor en mí para mantenerme con vida, pues todo te lo llevaste contigo. Te doy mi calor, mi corazón y mi aliento. Te lo doy todo, hasta mi alma, para que sigas con vida. Para que no te congeles, para que tengas algo más que un cementerio en tu pecho y una tumba abierta a tus pies. Te doy todo lo que tengo para que tengas corazón, alma y camino por el que andar. Y no podrás impedírmelo. Ya no.

Fue entonces cuando él caminó hacia ella con el paso decidido, con tal rabia y tal pasión que ella estuvo a punto de caer al intentar huir, pero no lo logró porque cuando quiso darse cuenta sus manos rodeaban sus brazos y su pecho estaba respirando contra el suyo. Porque cuando quiso darse cuenta el aliento azufrado del demonio golpeaba contra sus labios, sus ojos se clavaban en sus pupilas como puñales.

Puedes luchar todo lo que quieras, puedes gritar e incluso llorar. Puedes correr todo lo rápido que quieras, pero siempre te alcanzaré. ―Su sonrisa teñida de sangre parecía cortarle el rostro como una herida. Supurando rabia―. Puede que nunca alcances el horizonte, pero tampoco dejarás de verlo. Eso soy yo, princesa, nunca llegarás a mí pero nunca me alejaré de ti.

No ―su voz fue apenas un quejido en mitad del vacío―. No.

Siempre supiste que la compasión no iba conmigo. Lo siento, Estefanía ―durante una fracción de segundo ella creyó ver el brillo de una pequeña estrella a punto de morir entre las gritas de sus ojos―. No cabes en mi pecho, pero no pienso dejar que te zafes de mis manos.

Y, antes de que ella pudiera volver a quejarse o revolverse, sus labios devoraron los suyos. 

Famélico, casi muerto de hambre, se la comió a bocados hasta que no dejó nada de ella. La besó con todo lo que tenía para quitarle todo lo que le quedaba, para sentir su aliento descongelando su alma y su piel desentumeciendo su cuerpo.

La besó para marcarla más allá de dónde ya estaba marcada, para quebrarla hasta lo irreparable. 
Y, entre toda su descarnada locura, también la besó para recordarse que seguía vivo. La besó porque mientras lo hacía no respiraba pero sentía sus pulmones, y todo su cuerpo, arder.

Y así, él sintiéndose vivo mientras intentaba matarla, ella envolvió sus brazos a su alrededor y él la aferró como la tabla salvavidas que era. Abrazados en mitad del campo de futbol vacío, con todo su cuerpo tocándose y sus respiraciones cortadas. Con sus ojos cerrados y el mundo en silencio, se besaron hasta destrozarse mutuamente. Hasta salvarse como solo el veneno puede hacerlo cuando ya no queda sangre que contaminar.

Hicieron el uno del otro, veneno y antídoto.

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