"Las balas perdidas también causan heridas."


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levanta la mirada, Albine
miércoles, 19 de junio de 2013
Si no hubieras levantado la mirada, hubiera pensado que no eras real. Pero lo eres, ¿no?

No respondió porque no sabía qué responder. En cualquier momento habría pensado que claro que era real. Porque existía, porque respiraba, porque no había nada que no fuera real. Existir, estar en la realidad, implicaba ser real. La irrealidad estaba reservada para aquello que no existía, que se mecía en el infinito vacío de la imaginación o el olvido.

Pero, en ese momento, Albine se sentía irreal. No estaba segura de existir, de estar ahí mirando las clavículas de Klaus, ni siquiera estaba segura de si seguía respirando y, de hecho, estaba muy segura de que llevaba un rato sin pestañear. Tenía miedo de que si pestañeaba se diera cuenta de que no era real, de que no existía. O, pero aún, de que no estaba frente a Klaus, de que sí respiraba.

Tal vez la irrealidad estaba reservada, también, para aquello que te corta la respiración. Para aquello que hace que te tiemblen las rodillas, para las paredes que se te caen encima aunque sigan en pie, para las miradas que se levantan y convencen al otro de que existes aunque ni siquiera tú estés convencido. Tal vez la irrealidad estaba reservada para un minuto sin pestañear mirando las clavículas de alguien que está demasiado cerca.

Tal vez la irrealidad estaba reservada para un minuto sin tristeza, para una sonrisa funámbula, para unos ojos indecisos. Tal vez la irrealidad está reservada para nosotros, aunque no exista un nosotros, pensó Albine porque, después de todo, la irrealidad estaba reservada para lo inexistente.

― Levanta la mirada, Albine ―murmuró Klaus, con la voz densa como la sangre. Albine tuvo que cruzar los brazos, casi como si se abrazara a sí misma, demasiado consciente de sus cicatrices expuestas y de la mirada de Klaus que la abrasaba allá dónde se clavaba―. O no creeré que seas real.

― No creo que sea real, Klaus ―fue toda la respuesta que Albine le dio, siempre con la mirada en sus clavículas.

― ¿Tú? Ay, Albine ―entonces tuvo que levantar la mirada porque recordaba el momento en que sus ojos habían dicho «ay, Albine. Ay», y necesitaba saber si seguirían diciéndolo ahora que también lo decían sus palabras. Lo hacían. Los ojos de Klaus por fin parecían haberse decidido, parecían decir «ay, Albine»―. Eres real porque me miras a los ojos.

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