amanece en tu piel
domingo, 9 de junio de 2013
Observó
su espalda desnuda bañada por las rendijas de sol que se colaban por la
persiana. Era una luz que limpiaba su piel de toda la suciedad y los horres, la
luz prístina del amanecer recién estrenado; de la primera mañana que despertaba
a su lado. Era su espalda ancha bañada de comienzos y de pureza, sus hombros
relajados porque no sostenían el cielo. Eran sus lunares resaltando en mitad de
su cuerpo, las sombras dibujándose junto a sus vértebras. Era todo aquello que,
sin saberlo, había ansiado ver. Pegó más las rodillas contra su pecho, apoyando
en ellas su barbilla.
Llevaba
el pelo recogido en un moño medio deshecho en la nuca y todos sus miedos
estaban desparramados por la habitación, junto a sus ropas. En ese preciso
instante en que el día empezaba a despuntar en el cielo y Riss seguía durmiendo
con las sábanas enredadas en su cadera, nada era tan puro como sus ojos cerrados
y su expresión calma. No había nada tan íntegro como sus manos metidas bajo la
almohada y su boca entrabierta.
Mir
extendió una de sus piernas para golpearle suavemente con su pie en las costillas.
Las pulseras que ese día llevaba en el tobillo tintinearon con el movimiento y
sonrió cuando recordó a Riss besando cada centímetro de sus piernas desde las
caderas al tobillo, cuando las movió con sus dedos y sonrió. Riss, a sus pies,
sonriendo por el sonido de las pulseras, con una sonrisa casi tan pura como el
amanecer. “Voy a concederle a estas
pulseras el privilegio de compartir tu piel conmigo, reina”, fue todo lo
que dijo mientras volvía a moverlas y sonreía ante el tintineo suave que le
recordaba a algo y no sabía a qué. Que le tranquilizaba de algún modo y no
sabía cómo.
―
Riss ―le llamó, susurrante, en mitad del silencio del amanecer y de las luces
fragmentadas por las sombras de las persianas―. Despierta.
El
chico murmuró algo apenas audible y, sobre todo, completamente ininteligible. Se
removió entre las sábanas pero mantuvo los ojos cerrados. Mir volvió a sonreír
mientras separaba sus piernas y gateaba sobre el colchón hasta colocarse a su
lado. Se tendió junto a él, apoyando la mejilla sobre su bíceps hasta estar a
su altura. Acarició su rostro, desde el inicio de su frente hasta sus cejas, y
descendiendo por su nariz, sus pómulos y su boca. Dibujando con sus dedos su
rostro, como si estuviera bautizándole, dándole un rostro igual que el viejo
pero más puro, más limpio.
Como
si estuviera haciendo que amaneciera en su piel y así, otorgándole un nuevo
comienzo.
Fue
entonces cuando Riss abrió los ojos, poco a poco, y se encontró de bruces con
la mirada de Mir, con sus dedos que dibujaban amaneceres y su sonrisa
tintineante. Fue entonces cuando supo que podía haber una razón por la que
seguir despertando y por la que temer no hacerlo.
Etiquetas: Abismos insalvables
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